MADUREZ & DISCIPLINA

HEBREOS 12:5-11 ¿Acaso olvidaron las palabras de aliento con que Dios les habló a ustedes como a hijos? Él dijo:

“Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor y no te des por vencido cuando te corrige. Pues el Señor disciplina a los que ama y castiga a todo el que recibe como hijo”.

Al soportar esta disciplina Divina, recuerden que Dios los trata como a sus propios hijos. ¿Acaso alguien oyó hablar de un hijo que nunca fue disciplinado por su padre? Si Dios no los disciplina a ustedes como lo hace con todos sus hijos, quiere decir que ustedes no son verdaderamente sus hijos, sino que son ilegítimos. Ya que respetábamos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, ¿acaso no deberíamos someternos aún más a la disciplina del Padre de nuestro espíritu, y así vivir para siempre? Pues nuestros padres terrenales nos disciplinaron durante algunos años e hicieron lo mejor que pudieron, pero la disciplina de Dios siempre es buena para nosotros, a fin de que participemos de su santidad. Ninguna disciplina resulta agradable a la hora de recibirla. Al contrario, ¡es dolorosa! Pero después, produce la apacible cosecha de una vida recta para los que han sido entrenados por ella. (NTV)

De la disciplina Divina como factor fundamental para lograr la madurez espiritual.

Para obtener una comprensión más profunda de la naturaleza amorosa de la disciplina de Dios, trate de recordar su propia infancia. Tal vez usted escuchó decir a uno de sus padres: “Esto me duele más a mí que a ti”. En ese entonces, es posible que no apreciara ni creyera esas palabras, ni comprendiera el verdadero significado hasta que se convirtió en adulto. La disciplina es dolorosa, tanto para el destinatario como para el administrador, pero los beneficios superan al sufrimiento.

Los buenos padres aman a sus hijos lo suficiente como para mirar más allá de su comodidad inmediata y trabajar en función de una meta más beneficiosa a largo plazo: la transformación de jóvenes necios y egocéntricos en adultos sabios y amorosos.

¡¡¡El Padre Celestial trabaja para ayudar a sus hijos a madurar, y la disciplina Divina es una parte necesaria del proceso, y una expresión de su amor y su bondad!!!

Aunque Dios conoce los medios más efectivos para disciplinarnos, el resultado es influenciado por nuestras actitudes. Podemos elegir someternos y ser capacitados por Él, o rebelarnos y desperdiciar la oportunidad de crecer en semejanza a Cristo. Dios siempre busca nuestro bien, pero cuando elegimos nuestro propio camino, rechazamos lo mejor, no maduramos y además entristecemos su corazón. Si usted no alinea sus pensamientos con la verdad de las Sagradas Escrituras, el dolor y el sufrimiento de la disciplina Divina pueden producir el fruto de una actitud amarga, un corazón airado y una visión distorsionada de Dios.

De manera que, confíe en la voluntad perfecta del Padre Celestial y dispóngase a aprender y a lograr la madurez espiritual que Él desea, entonces Él mismo producirá el fruto de la justicia en su vida, es decir una vida recta y productiva.

CONFESIÓN DE FE:

ME SOMETERÉ SIN REPAROS A LA DISCIPLINA DIVINA QUE EL SEÑOR TENGA A BIEN APLICAR EN MI VIDA, CON LA FIRME INTENCIÓN DE LOGRAR LA MADUREZ ESPIRITUAL Y POR LO TANTO DAR LOS FRUTOS QUE ÉL ESPERA Y QUE CON TODA SEGURIDAD SON DE BENEFICIO PARA MÍ.

ORACIÓN:

Dios y señor nuestro, El Kjesed, Dios de amor fiel e inagotable (Salmo 25:6). Mi amado Dios y Señor, Jesucristo, nos has dejado en claro que sólo Tú con la obra de la Cruz, no la ley, puedes limpiarnos de todo mal, y con tu gran sabiduría con la que nos guías puedes hacernos maduros espiritualmente; pero también por medio de la disciplina Divina, aquella que como un acto de amor Tú aplicas en nosotros, los que amas y los que te amamos y te reconocemos como el Dios único y verdadero, como Señor y Salvador nuestro. Gracias mi Señor y Salvador Jesucristo, pues Tú eres el más fiel y claro ejemplo de disciplina y amor aplicados en un solo acto, el de entregar tu vida por nosotros los que habíamos cometido el error; hemos orado en tu Poderoso Nombre ¡Amén!

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